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1/25/2014

IV: Panegírico a un Arte derrocado

        Al olor de la carnaza, se levanta de su letargo. Siente el frío en su piel. Demasiado tiempo a solas, demasiado tiempo perdido.
        Se mueve lenta, pero inexorablemente. Un paso, otro. Como un autómata. Sus huellas se marcan en la nieve, pero no le importa. De todas formas, nadie irá a detenerle.
        Empuña el hacha con la siniestra, y ésta deja tras de sí un reguero de sangre y melancolía. Demasiado tiempo perdido.
        Cuando llega, la puerta está abierta. Ella lo esperaba.
        El poeta la mira a los ojos, y llora. Ajada, maltrecha, agoniza en el suelo.
        La una vez esplendorosa yace en el suelo, carcomida y vejada. Todos la poseen, todos la insultan. Su nombre ya no significa nada.
        Aún recuerda cuando era aclamada y querida. Amante cruel e inalcanzable, siempre iba de gala. Cualquiera habría pujado por una noche con ella.
        Y cuando todo es hermoso, nada lo es. Sus enemigos se vanaglorian en su incultura y su pereza mientras ella perece.
        Ella está cansada, no puede luchar más. Los gusanos la devoran, sus heridas supuran. Nadie puede evitarlo. Tal vez, nadie quiere.
       Aún con lágrimas en los ojos, el poeta alza el hacha. Ella no se mueve siquiera, de nada sirve. Cierra los ojos y espera su final.
        Pero no, ellos no la dejarán morir aún. Optan por su sufrimiento, por su agonía, y el tiempo ya se encargará de ella. Que vean cómo se corrompe.
        Demasiado tiempo perdido, pero ya es tarde. Derrama lágrimas de sangre mientras gozan a su costa.
        Porque nadie la necesita. Porque el mundo entero se olvidó de ella. Porque ya es parte del viento.
        Y cuando ya se ha rendido, los oye. Uno, otro. Apenas audibles, pero con fuerza atronadora. Pequeños en número, pero de férrea voluntad. Sus voces la reconfortan, sus caricias le dan vida.
        Sonríe. A lo mejor no está todo perdido.

1/05/2014

III: De la faringitis y otros padecimientos del ser humano.

        Aquí me hallo. Enfermo. Vulgar títere a merced de ella, que no duda en acuchillarme por dentro para impedirme vivir en paz.
        Hoy soy inútil. Hoy soy débil. Hoy siento que la muerte tal vez no fuese tan mala compañera, y a la cual imploro que o bien las aniquile o bien haga lo propio conmigo.         Miseria, ruina, padecimiento. Nosotros, seres incompletos, podemos ser vencidos por algo tan pequeño y estúpido. Nosotros, que nos creemos dioses del Olimpo, podemos caer en sus garras.
        Para sentirse mejor, mi mente trata de viajar lejos, pero el dolor de este mi cuerpo ajado y maltrecho la retiene aquí, para exprimir un poco más su angustia.
        Y otro pastillazo, camarero, que me estoy enfriando. Sustancias nocivas para calmar el dolor, que no para solucionarlo, porque eso es cosa de ricos y pudientes.
        Pediría un chupito de morfina, o buen de mercurio, lo que os salga más rentable.

        Ahora, señores, estoy en mi cenit, y me da a mí que poco voy a durar. Consideren esto una notita a pie de página de este escritor viejo y cansado.
        Hoy, me han vencido.