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3/19/2016

XXXIV: Ciudad (cómo abandonarla sin generar caos)

     Una joven espera en la parada del autobús. Esta noche nadie vendrá a por ella.
      Su abrigo calado hasta la saciedad aún chorrea, aunque la lluvia pasó hace tiempo. Una farola tililante no es capaz de matar la oscuridad que la envuelve, porque quizá la genere ella. Sus gafas empañadas constituyen testigo mudo de las luces de los coches, que avanzan en tropel por la carretera, sin rumbo. Entre la marabunta, quizá algún desconocido se apiade de ella y la invite a pasar la noche. Pero ella lo rechazará (con el corazón roto el frío no duele).
     Un joven es apuñalado en un callejón. La muerte se relame en los tejados.
     En los adoquines humedos se crean ríos rojos que nunca llegarán al mar. Él llora con el cielo. Se arrepiente de no haber amado más, de que nadie le sostenga la mano esta noche. ¿Qué iluso echará de menos a un alma afligida? Un gato satisfecho termina una raspa de pescado en los contenedores, su estilizada figura crea una sombra sobre él. Pero sus ojos ya están cerrados (aunque su mente pida auxilio).
      Ella llora; él grita (confrontación inerte). Nunca se conocieron, nunca se conocerán. Y sin embargo, cuando el alba los encuentre en las calles, cadáver en vida ella, emoción en muerte él, el sol mismo se compadecerá y los arropará con su luz. Mañana nadie los recordará. Las calles serán su hogar. De nada sirve que llueva sobre mojado.