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12/26/2014

XIII: Piedras en el corazón y coágulo del ánimo

     Esta vida vida es un burdo baile de sombras, etéreo, interminable. La cada vez más tililante luz de mi decadencia proyecta las sombras en la pared, y ahí se yerguen, burlonas, intimidades, amenazando con destruir los rescoldos de mi cada vez más marchito ego. Y yo, contemplador impotente, ardo.
     E irónicamente, la sombra más larga, la más oscura, es la que proyecta la propia pared sobre mi alma. Esa pared, manchada de mis recuerdos más hipócritas, que se alza ante mí con grietas y socavones para (tal vez) demostrarme la miseria del ser sin ser y del caer por inercia.
     Porque sabe que he bajado a mis infiernos, y, sin más material que mi ira, he forjado la espada última, la cimitarra definitiva, con los que acabaré o con todos o conmigo. Y es que sólo una cosa tengo clara entre tanta oscuridad: si yo caigo, arrastraré a todos al abismo.
     Hoy me encuentro aquí tirado, rebozándome en misericordia, y no me queda más que arrepentirme de los labios no catados y de las caricias en tintero mientras abrazo mi efímera perfección. Pero la cobardía es para valientes, y soy demasiado feliz para ello, me guste o no.
     Así que espero el ocaso (o quizá el amanecer) que despeje la bruma y me deje ver más allá. Porque ya las noches no son negras y el amor es de cristal. Porque la espada aún se balancea y el fuego arde. Porque el baile continúa.