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11/23/2015

XXV: Sobre bosques de rosas glaciares

      Me pregunto si la escarcha huele a mañanas perdidas, y a café recién hecho, y a la tinta de un periódico, y a sexo matutino.
      En la orilla cristalizan los cadáveres perennes, se astillan, y se clavan en un un corazón ya no más mío, al que tus mariposas enterraron como un beso nunca pronunciado, o un poema que supo a poco. El viento me estremece, me abrigo con recuerdos de lujuria y placer (¡evohé!).
     Y mientras el frío avanza hacia el centro de gravedad, la soledad se agrava. Se agradece tu calor de cumbres de pladur y ojos de cristal, que no son distintos de los autómatas que en ellos moran, pero esta vez el iceberg coincidirá con el Titanic.
      Me pregunto si la escarcha borra las huellas a su paso.
      Reminiscencias: una letra, una mirada, un olor. En el río congelado un pez aletea y alguien debería matarlo de una vez. El fluir se vuelve ficticio, el cero absoluto se acerca al cabecero.
      La burbuja helada se cierra en torno a mí, pero no me importa, tú ves a trasluz. Tal vez me dejé flotar, hoy, sólo por esta noche. ¿Dónde dormís, ruinas pasadas? ¿Quedáis en el fondo conmigo?
       Me pregunto si la escarcha cubrirá mis párpados y me permitirá dormir esta noche.
      Las capas de hielo alejan a los precavidos, y la sal de las lágrimas no logra fundirlas. El olvido se acerca, y el gozo amargo me impide asirme a ti. Pero no hay prisa, ya llegarás. Siempre llegas.

11/14/2015

XXIV: Apatía

     Una noche, el miedo tomó la guadaña y segó vidas. Una noche, la gran madre patria apagó sus luces a la pérdida. Una noche, Dios lloró. Nuestras almas vuelan lejos, pero ¿a dónde huir si el enemigo somos nosotros mismos?
     Las palabras edulcoradas y amarillas que calan, la magnífica capacidad de ignorar por desidia y tragar la pastilla y el pintar la sangre del color del pasado nos harán arrastrar las cadenas de la pérdida. La guerra viral radicaliza ideas y como estamos ciegos, nos podrimos.
     La mente susurra a gritos. El odio es fácil. La negrura nos rodea, y nosotros, impotentes y aterrorizados, solo podemos mirar para otro lado. ¿Desde el palco se ve bien, presidente, o necesita otra venda?
     Alguien grita y el ruido sordo se hunde en las opiniones blandas. ¡Es la civilización, congratúlense! ¿Dónde está el ser humano? ¿Dónde el monstruo que creamos? El espejo alberga una respuesta.
     Patalead, convertíos en bestias de emoción y ternura. A la guerra no se gana o se pierde, sólo se sobrevive. ¿Sobreviviremos a la comodidad? Europa, afloja las cadenas y danos un libro, que el rebaño sigue bien, pero muere fácilmente.
     Que la bruma del tiempo no conviertan las montañas en islas lejanas, que nuestros labios no evadan el amargor de la sangre. Que el mundo no olvide los estragos del terror. Que amanezca en el cadáver de la sociedad.

11/09/2015

XXIII: Ceniza y paraísos cromáticos

     Apenas abrió sus párpados, la luz pálida y cortante del alba penetró abruptamente en sus pupilas, revelando la dolorosa blancura de un cielo mortecino. El aire gélido del océano la dejó sin aliento mientras las olas mecían su cuerpo a merced, arrastrándola en aquella inmensidad rara y nebulosa.  Sintió a la oscuridad azulada de las profundidades llamarla por su nombre, inspiró la sal dulzona del viento. Quietud, tristeza.
      La noción del tiempo se turnó imposible, y descubrió una rareza familiar en el tacto de la arena en sus dedos cuando sorprendió a los ocres y amarillos de la orilla rodeándola, abrazándola. El sol de mediodía brillaba sobre ella cuando se levantó, generando reflejos rubios en su cabello empapado y cegándola. A cada paso, su sangre se derramaba por la arena, la piel se sentía extraña, el alma, más. La esperanza dorada fluyó ante ella, y comenzó una persecución instintiva hacia lo desconocido.
     La soledad se le enroscó alrededor del cuello y descubrió un bosque desconocido cerrándose sobre ella. La respiración se volvió agitada, el pulso vibrante. Los grises y verdes del follaje crearon contraste contra la figura del sueño animal, el corzo huía. La humedad vegetal de aquellos árboles de garras afiladas se sumaba a la de su vestido empapado, un peso muerto de color negro entorpeciendo la cacería.
    Olía a luna y a añil en el claro donde lo encontró, tenuemente iluminado por la vieja candela de pez que colgaba de su corazón (o era el mismo). Cuando de acercó a poseerlo, un cristal infinito frenó su avance. El deseo y la desperación hicieron mella en ella, se le quebró la voz, la negrura la devoró.
    Un instante y el deseo explosionó en tecnicolor, liberando miles de luces bailarinas que crearon formas exquisitas y describieron piruetas caprichosas. El amanecer perezoso tintó de morado la tierra y la sorpresa hizo a su corazón desbordarse. Ella gritó de júbilo, "¡Roscharch! ¿Ves la soledad? Veo un Dios inacabado." El éxtasis se apoderó de su ser, llenándolo, el gozo la desbordó.
     Sus lágrimas de felicidad inundaron el monocromo del mundo.
     Nació.