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7/21/2015

XV:Historia de las mil noches marchitas

      Apenas fue consciente de tu presencia cuando tú ya te estabas instalando, kajak en mano, en sus recuerdos. A él nunca le importó ver llover a través del cristal, pero desde el lado equivocado de la ventana la lluvia cala más.
      Prólogo, capítulo uno. Eso fue fácil. Con que las sábanas adheridas a vuestros cuerpos no dejaran entrever más que la piel, bastaba. Goldie y Marv aún abrazados, no preveían el fatal desenlace. Olía a almizcle.
      Amaneció en la habitación donde nadie duerme, y el sol trajo consigo emoción por la rutina. Los besos se volvieron cautos mientras la clara ya se iba cuajando. Los jarrones en su sitio y los machos (y no tan machos) bien atados.
      Empezó lo bueno. La pareja narcisista total equiparaba el amor propio al mutuo, y la fricción provocó chispas. Os encogisteis de hombros, el amor quema (¿o no?).
      Primer asalto. La visión se torno vidriosa y el suelo se inundó de ambos. La culpa era del techo. La espina clavada en el costado se tornó en daga envenenada. Comenzó la cuenta atrás.
      El frío llegó al tuétano y dolió. Atenea se quitó el disfraz de anciana, y Aracne comenzó a tejer, ay, cruel telar predecible. ¿Lo puedes culpar? ¿Osas perdonarle?
      Te ahogaste en lágrimas, no por la carne (que no alberga sentimiento) sino por la traición. La excusa fue un cliché con olor a rosas. Tú aceptaste, no por ingenua, sino por indulgente. "En el fondo no es para tanto", decías.
      Abrazos que sabían a sangre, piel de poliestireno. El viento se lleva el pecado pero no cicatriza. Os olvidasteis de respirar. Se entrevé el rostro purulento tras la máscara con mezcal. Alfiler en los ojos, mordaza en la boca.
       Y ahora os hundís, y os ahogáis. Os sentáis, cansados, y sabéis que en el borde del precipicio la gravedad no perdona. Pero sienta tan bien creer que sí...