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8/19/2014

IX:Cuando la sangre se torne ambrosía y el placer se ahogue en un vaso de agua

     Empiezas a soñar.
     La piedra roza suavemente a la piedra. Produce un ruido seco y susurrante, y sientes las chispas en tu piel.
     El viento sopla junto a tu oído, y tu mente se llena con promesas de silencio y pureza. El fuego se aviva.
     Arropas la tierra con aliento y humedad. Tus ojos entreven formas difusas en la oscuridad, y sientes un cosquilleo en la nuca.
     Un alfiler en la espalda. La sangre que mana acaricia tu cuerpo, cálida, agradable, bañando cada resquicio de tu ser. Expiras.
     Un tímido sauce brota abruptamente de la tierra húmeda. Las ramas caen suavemente sobre ti y las raíces te abrazan sin pedir permiso, inmovilizándote. Pero tú no quiere moverte.
     Las raíces buscan frenéticamente tu agua, y cuando la encuentran sientes una oleada de ardor helado que consume tu ser.
     Bebe ávido, cada vez más profundo, y el fuego se ceba en tu carne. La promesa de silencio se quiebra.
     El olor suave y dulzón del ambiente recorre tus fosas nasales y sacude tus entrañas mientras tú ardes. Sientes como el fuego te purifica y te imbuyes por completo en él. 
     El río se desborda, la corriente termina por carbonizarte. El tiempo se detiene en un segundo glorioso.
     Intentas escapar del mortal abrazo, pero lo acercas más a ti. Cierras los ojos y gritas hasta quedarte sin aire.
     El sueño se aleja de ti, dejándote cansada, pero satisfecha. Sientes cómo la riada, ya en calma, te mece, y te rodea la más dulce oscuridad.
     Y despiertas.


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