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8/17/2014

VIII: La historia de la bilis que se congeló por inanición y el hombre que cambió su alma por piedras

     Hemos heredado un mundo caducado.
     Cuando la belleza dejo atrás el ideal y se volvió de oro, el saber se hundió en un océano de falsa verdad, bien cruel y vana felicidad. Curiosa estampa.
     Y nosotros, imbéciles de nosotros, nos dejamos engullir por la marabunta y empezamos a aburrirnos de ser. ¿Para qué quitarnos la venda de terciopelo? Se está tan bien aquí, flotando...
     ¿Pero qué hacer un tiempo en que la risa es tu enemiga y las mariposas en el estomago te devoran por dentro? Si cuando nos enseñaron a sentir, nos hicieron insensibles de por vida... 
     Mientras, un dios absurdo juega a los dados con nuestras cabezas. ¿Por qué no podemos (o no queremos) ver los hilos que guían sus pasos, si brillan como el oro? A veces me pregunto si los ángeles lloran.
     Las risas llanas surgen de las entrañas de mi hogar, como la sangre que brota de la herida tras arrancar la postilla. Como un juego macabro, en el que el primero que aparta la mirada, pierde.
     ¿Quién es el culpable? Tal vez todos los que no luchamos por cambiarlo, aun sabiéndolo. ¿Pero para qué? Es el viejo quid pro quo: cuanto más lo apuñalamos, más fuente sangramos.
     Ojalá la resignación no sea el único arma que nos quede, porque apunta hacia nosotros. Y se acerca el momento de disparar.


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