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11/09/2015

XXIII: Ceniza y paraísos cromáticos

     Apenas abrió sus párpados, la luz pálida y cortante del alba penetró abruptamente en sus pupilas, revelando la dolorosa blancura de un cielo mortecino. El aire gélido del océano la dejó sin aliento mientras las olas mecían su cuerpo a merced, arrastrándola en aquella inmensidad rara y nebulosa.  Sintió a la oscuridad azulada de las profundidades llamarla por su nombre, inspiró la sal dulzona del viento. Quietud, tristeza.
      La noción del tiempo se turnó imposible, y descubrió una rareza familiar en el tacto de la arena en sus dedos cuando sorprendió a los ocres y amarillos de la orilla rodeándola, abrazándola. El sol de mediodía brillaba sobre ella cuando se levantó, generando reflejos rubios en su cabello empapado y cegándola. A cada paso, su sangre se derramaba por la arena, la piel se sentía extraña, el alma, más. La esperanza dorada fluyó ante ella, y comenzó una persecución instintiva hacia lo desconocido.
     La soledad se le enroscó alrededor del cuello y descubrió un bosque desconocido cerrándose sobre ella. La respiración se volvió agitada, el pulso vibrante. Los grises y verdes del follaje crearon contraste contra la figura del sueño animal, el corzo huía. La humedad vegetal de aquellos árboles de garras afiladas se sumaba a la de su vestido empapado, un peso muerto de color negro entorpeciendo la cacería.
    Olía a luna y a añil en el claro donde lo encontró, tenuemente iluminado por la vieja candela de pez que colgaba de su corazón (o era el mismo). Cuando de acercó a poseerlo, un cristal infinito frenó su avance. El deseo y la desperación hicieron mella en ella, se le quebró la voz, la negrura la devoró.
    Un instante y el deseo explosionó en tecnicolor, liberando miles de luces bailarinas que crearon formas exquisitas y describieron piruetas caprichosas. El amanecer perezoso tintó de morado la tierra y la sorpresa hizo a su corazón desbordarse. Ella gritó de júbilo, "¡Roscharch! ¿Ves la soledad? Veo un Dios inacabado." El éxtasis se apoderó de su ser, llenándolo, el gozo la desbordó.
     Sus lágrimas de felicidad inundaron el monocromo del mundo.
     Nació.

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