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11/23/2015

XXV: Sobre bosques de rosas glaciares

      Me pregunto si la escarcha huele a mañanas perdidas, y a café recién hecho, y a la tinta de un periódico, y a sexo matutino.
      En la orilla cristalizan los cadáveres perennes, se astillan, y se clavan en un un corazón ya no más mío, al que tus mariposas enterraron como un beso nunca pronunciado, o un poema que supo a poco. El viento me estremece, me abrigo con recuerdos de lujuria y placer (¡evohé!).
     Y mientras el frío avanza hacia el centro de gravedad, la soledad se agrava. Se agradece tu calor de cumbres de pladur y ojos de cristal, que no son distintos de los autómatas que en ellos moran, pero esta vez el iceberg coincidirá con el Titanic.
      Me pregunto si la escarcha borra las huellas a su paso.
      Reminiscencias: una letra, una mirada, un olor. En el río congelado un pez aletea y alguien debería matarlo de una vez. El fluir se vuelve ficticio, el cero absoluto se acerca al cabecero.
      La burbuja helada se cierra en torno a mí, pero no me importa, tú ves a trasluz. Tal vez me dejé flotar, hoy, sólo por esta noche. ¿Dónde dormís, ruinas pasadas? ¿Quedáis en el fondo conmigo?
       Me pregunto si la escarcha cubrirá mis párpados y me permitirá dormir esta noche.
      Las capas de hielo alejan a los precavidos, y la sal de las lágrimas no logra fundirlas. El olvido se acerca, y el gozo amargo me impide asirme a ti. Pero no hay prisa, ya llegarás. Siempre llegas.

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