Buscar este blog

2/02/2016

XXX: Historia del amor asintótico

    Me despiertan, a mí, bosque, entre orgasmos de otros, ya nunca entre los míos. Me despiertan sabiendo que la mañana blanda como la mantequilla es mi cenit, y después las ramas cenicientas taparán la luz. Y sobre mi piel, tierra, el tacto del polvo, de la luna, de esos besos mal pronunciados, del espejo que sólo te refleja a ti, de la sangre de todos a los que extraño, del recuerdo de tus caricias, de tu sabor cuando te corres sin avisar.
    Me despiertan, sí, tus arañas, que con esas patas alargadas y peludas, tan duras y frías como tu corazón, avanzan entre mis recovecos en tropel. Vientos víricos mueven mis ramas, y la dura serpiente, que no se enrosca pero escupe veneno, no sabe que ya no duermes conmigo, y sacia su hambre con los hombres sin rostro que aún yacen junto a mí.
     ¿Son tus días y tus noches suficientemente largos como para matarme sin esperar al mañana? Tendremos que conformarnos con las alimañas que en nosotros moran, y saborear esta libertad mal regada de nuestra distancia. A fuego lento se congela mi voluntad, ¿acaso no hueles la ironía?
    Mañana será demasiado tarde, o tal vez hoy ya lo sea. El huracán arranca la foresta seca y me purga de ti, y de ella, y de todo. Renace mi yermo y arrasa con todo a su paso. Mañana no crecerá nada en mí, bosque, porque he bebido la sal de tu piel apenas catada, sustituto de aquel alma entre cadenas. El geyser se hace lago, ay. Serenidad. Quietud.
     ¿Sabes cuándo el cristal es (o intenta ser) frío y cortante? Cuando está roto. Evadirás mis preguntas y yo evadiré ese rostro tuyo que no te atreves a mirar, y que niegas con una máscara de laca y celofán. Inhalo tu amnesia. Y es que las noches están hechas para decir cosas que no podrás decir en la mañana. El olvido te arropará y el conformismo será mi guía. Que pase rápido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario